miércoles, 12 de septiembre de 2007

Viernes por la noche, pleno verano, las gotas de transpiración corren por sus manos, los mosquitos zumbían por sus oídos. Nada concilia el calor de esa noche, sus ojos se abren lentamente, ningún síntoma parecido surge en su esposa, Julia. Juan toca el piso con sus pies se dirige hacia la puerta de su habitación, enciende la tecla de la luz, camina lentamente por el pasillo, donde tropieza y se siente un llanto que despierta a su mujer. Un perro, un pequeño animal robusto que tenían como mascota hizo que el hombre cayera y apoyara sus enormes dos manos en el suelo que lo han salvado de un gran porrazo, lo que podría haber causado un grave accidente. Finalmente logró o que tanto desaseaba al haberse levantado de su cama, un helado vaso de agua que calmara a esa boca seca que no dejaba cerrar sus amarronados y achinados ojos.
Hacía dos días que la madre de Juan había fallecido, ninguna enfermedad había sido la causante de esto, solamente fue por vejez. Vivía al lado de su casa en una pequeña choza apenas tenía un pequeño ventilador que abastecía solamente su diminuta habitación. El techo de chapas el cual por la tarde no recibía ni un mínimo pedacito donde el sol no reflejara en el, lo cual por la noche era aún peor poder pegar un ojo. Se tornaba un clima demasiado tedioso e insoportable de aguantar. Ya no encontraba razón alguna por existir desde que su hijo se había casado. Su vida no ha sido nunca demasiado favorable. El marido la abandonó cuando se enteró del primer mes de embarazo a los 30 años. Jamás supo más nada de él. Las gotas gordas caían por sus mejillas sin ganas de ni siquiera tener a su propio heredero. En cuanto a su trabajo era el único lugar que conseguía hablar y expresarse junto a sus compañeras, no tenía persona alguna que la apoyara y aconsejara sino ellas. Cada día tenía la esperanza de que su cónyuge volviera, lo esperaba y esperaba en la estación de tren única en el pueblo de Santa Elena de la hermosa España.
Juan luego de haber formado una familia olvidó en absoluto la presencia de su madre. Sentía un gran resentimiento hacia ella porque no había conocido a su padre. Lo que nunca entendió fue que el culpable era solamente y nada más que él mientras ella existía.
Después de una semana demasiado agotadora, lunes a la noche cuando terminó de cenar salió bajo la lluvia a despejar un rato su mente que tanto había aplicado en el trabajo. Largó un llanto desesperado que sus vecinos al escucharlo, corrieron suavemente las cortinas de las ventanas goteadas para detenerse a observar que era lo que estaba ocurriendo. Encendió un cigarro blanco que formaba estupendas aureolas similares al tamaño de su boca. Miles de pensamientos se cruzaban por su cabeza, sentía una soledad indescriptible, una enorme tristeza que nadie podía entender. Su grave problema pasaba por un remordimiento inconfundible dirigido hacia su madre, tarde se ha dado cuenta de lo equivocado que estaba, pero ya no había vuelta atrás, nada podía decirle aún de lo arrepentido que estaba por no haberla hablado tanto años y lo solo que se sentía al no estar ella presente.
Tomó la decisión de volver a entrar a aquella choza, después de haber vivido tantos momentos y años en ella. Nuevamente comenzó a lagrimear. Al entrar, el olfato de la casa le ha hecho recordar millones de momentos maravillosos en tan solo un minuto.
Jamás había sentido algo similar era como un vacío dentro suyo, se le formaba un nudo en la garganta el cual ya no lo dejaba ni siquiera llorar.